viernes, 10 de febrero de 2012

La pesada carga del hombre blanco

Por José Pablo Feinmann
¿Por qué es pesada esa “carga”? Porque hay en ella una gran dosis de sacrificio. El hombre blanco da todo de sí para llevar la civilización a los territorios primitivos, bárbaros. La barbarie es lo Otro de esa civilización, su antinomia. No es la cultura, no son las costumbres de los pueblos refinados, no son los libros, no es la visión de la historia como un progreso constante del género humano. No podría serlo porque esos pueblos no tienen historia. Sólo pasan a tenerla cuando el hombre blanco, asumiendo su pesada carga, los incorpora a la suya y los lleva por sus caminos, que sí, son los de la historia. En suma, la pesada carga del hombre blanco es la carga del colonialismo. Entrar en los pueblos atrasados, llevarles la cultura, incorporarlos a la línea incontenible del progreso humano, a la línea de la historia, entregarles como gran regalo la civilización que con tanto sacrificio la modernidad occidental ha conseguido atesorar.

Rudyard Kipling fue el gran poeta de esta epopeya. Nació en Bombay en 1865, se dedicará a la literatura y hasta llegará a ganar el Premio Nobel. Tiene dos poemas célebres por cantar la epopeya del homo colonialista. Uno es célebre, aunque ya un poco olvidado: If (traducido al castellano por el condicional Si). El otro, más complejo, arduo de traducir, pero casi tan célebre como el If es La pesada carga del hombre blanco (White Man’s Burden). Los dos son poderosos, magníficos. El If, en forma de pergamino, fue colgado en innumerables hogares a lo largo y a lo ancho de este mundo. ¿Era la visión que Kipling tenía del homo colonialista? No cabía duda de esto. ¿Era el superhombre nietzscheano? Bien pudo serlo. Era, en todo caso, un hombre que ninguno de nosotros jamás sería. Pero, ¿quién no soñó serlo? No ser el homo colonialista. Quitemos las connotaciones políticas, quitemos al conquistador británico y a su reina, la codicia irrefrenable del Imperio, su rapiña, su sagacidad para llevar a cabo todos sus planes, para dominar el mundo desde una pequeña isla. Tratemos de leer (o releer) el poema como el de un poeta que nos incita a ser más de lo que somos, que nos incita a la perfección, no a la maldad, sino al diseño admirable de nuestro modo de ser en el mundo. Escribe Kipling: “Si sabes conservar la cabeza/ cuando todos los que te rodean/ pierden las suyas y te culpan de ello”. Sigue: “Si sabes confiar en ti mismo/ cuando todos dudan de ti/ pero te haces también cargo de sus dudas/ Si sabes esperar y no cansarte en la espera/ si siendo objeto de mentiras no te ocupas de mentir/ o siendo odiado no te entregas al odio/ si te sabes encontrar con el éxito y el fracaso/ y tratar a esos dos impostores por igual/ Si sabes hacer un montón con tus ganancias/ y arriesgarlas en una jugada de cara o cruz/ y perder y volver a empezar desde el principio/ y no pronunciar una palabra sobre tu pérdida/ Si sabes (...) seguir cuando no queda nada en ti/ excepto la voluntad que te dice: ¡avanza!/ Si sabes llenar el inexorable minuto/ con el poderoso valor de sesenta segundos/ tuya es la tierra y todas las cosas que hay en ella/ y lo que es más: ¡eres un hombre, hijo mío!” (Nota: Hay cientos de traducciones del If. Si se empieza a compararlas todas ninguna nos dejará satisfechos. Elegí una y la retoqué, saqué y agregué levemente un par de cosas. Busquen ustedes la suya. Además, no lo transcribí completo.)

El otro poema de Kipling es explícito sobre todo por su título. Luego es complejo, no tan claro como el If, menos cristalino, menos poderoso, pero igualmente perfecto en su forma literaria. Pero es el poema que dice más explícitamente que cualquier discurso o proclama lo que el hombre blanco siente cuando entra en un territorio bárbaro. “Aquí estamos. Les traemos la cultura, la civilización, el lenguaje, los buenos modales, algunas escuelas, algunos maestros, y llegamos con fusiles, cañones, espadas, látigos, con todo lo necesario si no aceptan someterse a nuestra pesada carga. No nos gusta que nuestro sacrificio sea ignorado, o peor aún: recibido con desdén, con odio. Adviertan ya mismo, en el mismo instante en que nos vean llegar, la enorme suerte que tienen, la modernidad, el capitalismo occidental, la rueda de la historia ha llegado hasta ustedes. Los haremos parte de ella. Esa fortuna tienen. Dejarán de vegetar fuera de la historia. Porque ustedes, sin nosotros, son pueblos sin historia. Nosotros se la traemos. Les traemos nada menos que eso: la Historia. Sólo les pedimos que trabajen para nosotros. Pero los haremos progresar. Caminarán hacia el mismo porvenir que nosotros. Porque es el único. Solos, retrocederían otra vez hasta la edad de los monos y los dinosaurios. De nuestra mano les aguarda el porvenir. Sólo exigimos sumisión y trabajo duro. Algunas vez soltaremos sus manos y serán libres. Entre tanto, crecerán vigilados por nosotros. Porque ustedes, los bárbaros, sólo pueden crecer, avanzar, formar parte del progreso, de la historia humana, si se aferran a nuestra mano, la de la civilización”.

Kipling lo dice en White Man’s Burden: “Lleven la carga del hombre blanco/ envíen adelante a los mejores entre ustedes/ para servir, con equipo de combate/ a naciones tumultuosas y salvajes/ Esos recién conquistados y descontentos pueblos/ mitad demonios y mitad niños/ Lleven la carga del hombre blanco/ las salvajes guerras por la paz/ llenen la boca del Hambre/ y ordenen el cese de la enfermedad/ y cuando el objetivo esté más cerca/ en pro de los demás/ contemplen a la pereza y a la ignorancia/ llevar la esperanza de todos ustedes hacia la nada”. He aquí por qué es pesada la carga del hombre blanco. Porque es inútil. Pesimismo terrible el de Kipling. Esas “naciones tumultuosas y salvajes”, esos “descontentos pueblos”, “mitad demonios, mitad niños”, jamás reconocerán, agobiados por su pereza y por su ignorancia, la esperanza que en ellos depositó el hombre blanco, sometida ahora al abismo, a la nada.

Sin embargo, algún placer o magnífico beneficio habrá de encontrar el hombre blanco en su pesada carga porque la ha llevado y aún la lleva. Aún penetra en tierras que no le pertenecen. Aún dice que asume su cruzada civilizadora. Aún mata en nombre del progreso o de la democracia (palabra que ha reemplazado a “progreso”). Aún su voluntad, incesantemente, le dice: “¡Avanza!”

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