viernes, 10 de febrero de 2012

Cabezas verdes, manos azules

Paul Bowles, 1957.
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Podría ocurrir que en un futuro no muy remoto sea imposible distinguir a los seres humanos de una parte de la superficie terrestre de los que viven en cualquier otra.
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Si dejas atrás la puerta del fortín o del puerto y, pasando ante los camellos que están tendidos fuera, subes a las dunas o sales al llano duro y pedregoso y te quedas un momento de pie, solo, al cabo de un rato, o bien sientes un escalofrío y vuelves corriendo dentro del fuerte o te quedas fuera y dejas que te ocurra algo muy curioso, algo que han experimentado todos los que viven allí y que los franceses llaman le bapteme de la solitude. Es una sensación única y no tiene nada que ver con la sensación de soledad, porque esto presupone una memoria. Aquí en este paisaje absolutamente mineral iluminado por estrellas como llamaradas, desaparece incluso la memoria; no queda nada más que tu corazón. En tu interior se inicia un proceso extraño de reintegración, que no es en absoluto agradable, y puede ocurrir que trates de combatirlo e insistas en seguir siendo la persona que siempre has sido o que dejes que siga su curso. Porque nadie que haya permanecido en el Sahara durante algún tiempo sigue siendo la misma persona que cuando fue allí.
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