Acaba de terminar marzo, el mes de la memoria. Recordar para no repetir. Para aprender definitivamente. Preguntarse el porqué de la época más humillante de nuestra historia. El tiempo más perverso desde aquel glorioso Mayo de 1810.
De pronto, la Muerte Argentina. Desaparición. Videla, Massera, Agosti. Robo de niños. Viola, Galtieri, Etchecolatz. Campos de concentración. Menéndez, Bussi. Y los civiles de siempre: Martínez de Hoz, Costa Méndez. Pero ahora, el recuerdo vibrante de la tragedia. La tierra vibró en este marzo.
Aquellos jóvenes luchadores. Desaparecidos. Sospechados de desear que la democracia fuese para todo el pueblo. No a las estancias de los miles de hectáreas y a los niños descalzos con hambre ya en los ojos.
Por eso, desaparecidos. En el tiempo en el que en esta tierra siempre con semillas era administrada por Martínez de Hoz. Sí, la línea directa del fundador de la Sociedad Rural. Y al que no le guste, se lo tira vivo desde aviones militares al mar. Argentina, Argentina.
De la universidad puntana a la Plaza Pringles, sí, a pocas cuadras. La APDH, siempre presente, ha puesto a la vista los retratos cada vez más jóvenes de los desaparecidos sanluiseños. Presentes para siempre. De los desaparecedores, nada. Ni siquiera tienen una ortiga en sus tumbas. Si les ponen lápidas, ahí va a estar siempre el escupitajo del desprecio.
Sí, porque la verdad y la ética triunfan, aunque se las quiso retrasar con obediencias debidas y puntos finales.
Ahora, los treinta años de Malvinas. Para recordar esa tragedia recurrimos al arte para interpretar la síntesis de la realidad vivida. Recordar siempre Malvinas.
Para eso nos reunimos en el escenario con el músico inglés sir David Chew y el argentino Blas Rivera. Violoncello y saxo. Y acompañándolos en piano un latinoamericano, el uruguayo Fernando Goicochea. Música para unir lo humano. Y logramos unirnos en esa palabra trágica: Malvinas. El inicio, la palabra: la historia de la tragedia relatada con poesía. Luego, música argentina y británica: Piazzolla, John Lennon, McCartney, Contursi... y muchos más. Juntos. La guerra. Entro al escenario y muestro mi tristeza. Han muerto jóvenes. El ogro imperialista que en el pasado fue el mayor traficante de esclavos e invadió y ocupó regiones enteras con un sello colonialista, ahora nos despedazaba jóvenes con el cobarde y mortífero fuego militar. Y nuestros generales desaparecedores se escondían y se rendían en cuanto sonaba el primer tiro. Con un dictador borracho que se creía Dios con el vaso de whisky en la mano. General Galtieri. General de la Nación. La tragedia. Fui nombrando uno por uno a los jóvenes soldados que no volvieron de Malvinas. Traté de describir sus sueños, sus comienzos en la edad del amor. De pronto, la guerra, el matar o ser muerto. La única disyuntiva. A la edad de 18 años... 19... 20. Matar hombres o ser muertos por hombres. Sin sentido. La muerte uniformada. Y mientras tanto, el hambre. No llegaba la comida para los soldados argentinos. Los generales y sus civiles se habían olvidado de organizar los alimentos para la tropa. La tropa. Los soldaditos argentinos debían robar comida para poder sobrevivir. Los oficiales argentinos se quedaban con la carne, los suboficiales con las papas y para los soldados había, no siempre, un caldo.
Leo textos del Informe Rattenbach. Esas páginas, muestra de dignidad y coraje civil ante la mafiosa cúpula dictatorial. Ahí está descarnadamente la verdadera cara del desastre militar. Leo las declaraciones del general Martín Balza que actuó como coronel de artillería en las islas, quien acaba de denunciar: “La cobardía y la impericia de la mayoría de los altos mandos militares que condujeron política y militarmente el conflicto bélico. Los miembros de la Junta militar y otros mandos que visitaron la isla y se fotografiaron en ellas se borraron cobardemente cuando comenzó el ruido del combate y silbó la ametralladora”. Al desnudo. San Martín, Belgrano, Juana Azurduy. No: Galtieri, Menéndez, Astiz.
En el escenario leo los nombres de los soldaditos muertos: Roberto Estévez, Víctor Bengo, René Blanco, Jorge Ron, Pedro Florentino Larrosa... uno por uno, pido al público que nos tomemos el tiempo de verlos desfilar allí mismo, frente a nosotros. Aquí, ahora. De ver cómo eran sus sonrisas, cómo nos miraban sus ojos, algunos ya con los colores del primer amor, la alegría del primer trabajo... Antonio Cayo, Manuel Olivera, Antonio Lima, Omar Rupp, Heriberto Avila... 657, 657, 657. Muertos.
Humillados. El fiscal general ante la Cámara General de Casación Penal, Javier de Luca, acaba de declarar que “la Corte Suprema debe resolver si las torturas y vejámenes que sufrieron los soldados por parte de sus propios oficiales durante la guerra de Malvinas deben ser considerados delitos de lesa humanidad o crímenes de guerra. La causa judicial que contiene cerca de cien denuncias por estacamientos, muertes por hambre e incluso el asesinato de un soldado por oficiales de las Fuerzas Armadas, debe abrirse ya”.
Torturar a los propios soldados. Casi todos porque se pusieron a buscar comida. El hambre los acosaba.
Leo el nombre del último caído: Heriberto Acosta. El general Galtieri se sirve su último vaso de whisky en ejercicio del poder, allí en su cómodo despacho. Creía que las Malvinas iban a ser la tabla de salvación que ayudaría a que se olvidaran sus infames crímenes. Desaparición. La Muerte Argentina. El más pérfido método de la Historia para eliminar a los rebeldes del sistema.
Otra vez el rostro de los jóvenes soldados muertos hace treinta años ya: 1, 2, 3, 4, 5... 653, 654, 655, 656, 657. En vez de una vida plena de futuros, la muerte. En vez de hacerlos recorrer los caminos plenos de flores de esas que nos regala la naturaleza y hacerles probar las sabrosas frutas del arte y la convivencia, no, el hambre y la muerte. En vez de sueños, el vientre abierto, desgarrado por las ametralladoras... y los que quedaron vivos ven todas las noches aparecer el rostro transido de dolor de los compañeros que no volvieron.
Recurramos al arte para encontrar el camino de poder explicarnos esto. El silencio domina al público. Ni una voz, ni el llanto de un niño. Es cuando entran los músicos: el inglés, el argentino y el latinoamericano de origen uruguayo. La música: Astor Piazzolla, John Lennon. Melodías. Los tangos. Los Beatles. Un saxo, un violoncello, un piano. Todo es sonido: vuelan los pensamientos. Instrumentos musicales en vez de cañones, ametralladoras, balas, balas.
Las manos del músico inglés acarician sonidos como para tapar culpas. El saxo argentino arranca sonidos que buscan ecos que sirvan de protesta y consuelo.
Final: los músicos se miran, se dan la mano y luego no pueden contenerse y se abrazan. El público guarda silencio. Un silencio demasiado tenso que finalmente estalla en aplausos que se desparraman por todos lados como agua de montaña. El consuelo. Aquí, el único camino para vencer a la muerte. El arte.
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