miércoles, 24 de abril de 2013
T.S. Elliot
se prepara para el silencio y el calor. Mar adentro el viento de la madrugada se frunce y se desliza. Estoy aquí o allá, o en otro lugar. En mi comienzo. Dawn points, and another day prepares for heat and silence. Out at sea the dawn wind wrinkles and slides. I am here or there, or elsewhere. In my beginning. |
Simone de Beauvoir
Querido pequeño ser:
Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: "¿De que se ríe?". Y le contesté: "Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo.
Te beso tiernamente,
tu Castor
Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso, el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa, en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente mirándolo y él me dijo: "¿De que se ríe?". Y le contesté: "Me estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser; el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina. Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo.
Te beso tiernamente,
tu Castor
Umbrales, A. Lanús
Es el final del laberinto
el que nos devuelve al punto de partida.
Pero cada vez que encontramos la salida,
el laberinto es otro.
Ulises, Miguel Angel Asturias
Intimo amigo del ensueño, Ulises
volvía a su destino de neblina,
un como regresar de otros países
a su país. Por ser de sal marina.
Su corazón surcó la mar meñique
y el gran mar del olvido por afán,
calafateando amores en el dique
de la sed que traía. Sed, imán.
Aguja de marear entre quimeras
y sirenas, la ruta presentida
por la carne y el alma ya extranjeras.
Su esposa lo esperaba y son felices
en la leyenda, pero no en la vida,
porque volvió sin regresar Ulises.
volvía a su destino de neblina,
un como regresar de otros países
a su país. Por ser de sal marina.
Su corazón surcó la mar meñique
y el gran mar del olvido por afán,
calafateando amores en el dique
de la sed que traía. Sed, imán.
Aguja de marear entre quimeras
y sirenas, la ruta presentida
por la carne y el alma ya extranjeras.
Su esposa lo esperaba y son felices
en la leyenda, pero no en la vida,
porque volvió sin regresar Ulises.
Awed by her splendor, Sappho
Asombradas por su esplendor
las estrellas, cerca de la hermosa
luna, cubren sus propias
caras brillantes
cuando ella,
redonda, hace brillar
la tierra con su plata.
Safo
las estrellas, cerca de la hermosa
luna, cubren sus propias
caras brillantes
cuando ella,
redonda, hace brillar
la tierra con su plata.
Safo
la Guerra de Troya ha terminado. No recuerdo quién venció. Los griegos, debe ser: los griegos, quién si no, puede dejar en tierra extraña tantos muertos… De todos modos, el camino que me lleva al hogar resulta que se alarga demasiado. Como si Poseidón, mientras perdíamos el tiempo, hubiera dilatado el espacio. Ignoro dónde estoy y lo que veo ante mí. Al parecer, una isla, sucia, arbustos, casas, gruñir de cerdos, un jardín abandonado, cierta reina, hierba y pedruscos… Telémaco, querido, en verdad todas las islas se parecen una a otra cuando es tan largo el viaje: el cerebro ya va perdiendo la cuenta de las olas, el ojo, tiznado de tanto horizonte, echa a llorar, la carne de las aguas obtura el oído. No recuerdo ya cómo acabó la guerra, ni cuántos años tienes hoy recuerdo. Hazte hombre, Telémaco, y crece. Sólo los dioses saben si hemos de encontrarnos. Tampoco ahora ya no eres el chiquillo ante el cual detuve aquellos toros. Hoy, de no ser por Palamedes, estaría a tu lado. Pero tal vez sea mejor así: pues sin mí te has librado de los males de Edipo, y en tus sueños, Telémaco, ignoras el pecado. Ulises a Telémaco, Joseph Brodsky |
Los cerezos del marqués
Se pasa la vida viajando por las ciudades más viejas de Europa y América, pero siempre vuelve a su casona del Bierzo por la primavera de abril. La nostalgia de su Quinta de los Cerezos acaba entonces derrotándolo y ahí tienen al tercer Marqués de Carracedelo paseándose bajo un rojo paraguas florentino entre sus vides y árboles, conmoviéndose ante tanta belleza.
-¡Mi quinta de cerezos es única! ¡No será la mejor, pero es única!
-Si no nos rebelamos, acabaremos viviendo bajo un perpetuo eclipse de sol.
Y el oporto acaba transportándonos a una reciente historia de revoluciones populares que podrían resurgir... A la mismísima Revolución de los Claveles, y entonamos aquel cantar de José Alfonso, Grândola, Vila Morena: Terra da fraternidade: O povo é quem mais ordena...
-Tengo esa canción pegada al paladar. Cada día la cantan más hombres y mujeres en las tabernas de Lisboa, en las plazas y rúas de todas las villas y ciudades del pobre Portugal. Una Revolución Ibérica, amigo mío... No es descabellado pensar una revolución ibérica con que reconquistar nuestro glorioso destino oceánico. Aquí en el sur, en el suroeste de Europa, donde las huestes trabajadoras cantan como el Atlántico. Y confederarnos luego con todos los países iberoamericanos, sin paraísos ni infiernos fiscales ni otras jodiendas neocapitalistas. ¡Ligados todos como estos cerezos al mismo pájaro primaveral!
Podría ser, le digo, si supiéramos dibujar con precisión la armadura ideológica de ese subversivo pájaro primaveral. Y se me queda mirando con sus ojos llenos de euforia, frunciendo su bigote de bala perdida. No suelta su lengua en vano el iluminado Marqués de Carracedelo.
-¡Basta ya de bogar vida abajo! ¡Me asombra que el pueblo no haya salido aún a la calle y haya arrasado con todo!
¡El pueblo, ay, qué palabrazo tan demagógico! Igual que un cerezo en flor, qué pregunta más enorme. Pues trescientos sesenta y seis cerezos están floreciendo en su quinta y habrá que vendimiarlos y allá veremos cómo paga el kilo de cerezas el ínclito Marqués de Carracedelo.
lunes, 22 de abril de 2013
Hospes comesque, M. Yourcenar
Cuerpo llevando el alma, siempre vanamente
vuelvo a pensar en ti y te vuelvo a olvidar;
corazón infinito en el cáliz naciente;
boca que busca el nuevo verbo de besar.
Mares de navegar, fuentes para beber;
trigo y vino ritual en la mesa mezclados;
refugio de dulzura en el vago adormecer;
tierra que se despliega en los pasos alados.
Aire que me llenas de espacio y de equilibrio;
nervios por donde viaja el cóncavo delirio;
mirada interrumpida en el vasto universo.
Cuerpo, compañero, juntos nos moriremos.
No puedo no querer la sombra que tenemos,
no apresar con ella el resplandor de un verso.
vuelvo a pensar en ti y te vuelvo a olvidar;
corazón infinito en el cáliz naciente;
boca que busca el nuevo verbo de besar.
Mares de navegar, fuentes para beber;
trigo y vino ritual en la mesa mezclados;
refugio de dulzura en el vago adormecer;
tierra que se despliega en los pasos alados.
Aire que me llenas de espacio y de equilibrio;
nervios por donde viaja el cóncavo delirio;
mirada interrumpida en el vasto universo.
Cuerpo, compañero, juntos nos moriremos.
No puedo no querer la sombra que tenemos,
no apresar con ella el resplandor de un verso.
Paul Auster
"No puedes verte a ti mismo. Sabes el aspecto que tienes por espejos y fotografías, pero andando por el mundo, cuando te mueves entre la gente, ya sean amigos, desconocidos o los seres que más quieres íntimamente, tu propio rostro resulta invisible para ti. Puedes ver otras partes de ti mismo, brazos y piernas, manos y pies, hombros y torso, pero solo por delante, nada por la espalda salvo la parte de atrás de las piernas si las tuerces y las pones en la posición adecuada, pero no la cara, nunca tu rostro, y en el fondo -al menos en lo que respecta a los demás- tu rostro es lo que eres, el factor esencial de tu identidad. Los pasaportes no incluyen fotografías de manos y pies. Incluso tú mismo, que ya llevas sesenta y cuatro años viviendo en el interior de tu cuerpo, probablemente serías incapaz de reconocerte el pie fotografiado aisladamente, por no hablar de la oreja, el codo o uno de tus ojos en primer plano. Todo ello muy familiar en el contexto general, pero enteramente anónimo considerado elemento a elemento. Todos somos extraños para nosotros mismos, y si tenemos alguna sensación de quienes somos, es solo porque vivimos dentro de la mirada de los demás."
Jacques Lacan
El psicoanalista no es un explorador de continentes desconocidos o de grandes fondos, es un lingüista: él aprende a descifrar la escritura que está allí, bajo sus ojos, ofrecida a la mirada de todos. Pero que permanece indescifrable mientras que de ella no se conocen las leyes, las claves.
Versos órficos (Marguerite Yourcenar)
Según las tablillas encontradas en
tumbas de Grecia y de Grecia Grande
En el umbral de la puerta negra,
A la derecha, a los pies de un álamo,
Corre el agua de olvidar.
Brota a la izquierda el agua de Memoria;
Cristal helado, frío licor,
El agua de Memoria está en mi corazón.
Allí beben mi pena y mi alegría;
Residen en su ribera los sabios:
Yo les diré, Temo la muerte.
Soy hijo de la tierra negra
Pero también del cielo estrellado;
¡Abridme la puerta de la gloria!
La imagen del tiempo transcurrido
Se refleja en mi memoria;
El espejo puro no se enturbia.
Abridme el pozo de la gloria...
tumbas de Grecia y de Grecia Grande
En el umbral de la puerta negra,
A la derecha, a los pies de un álamo,
Corre el agua de olvidar.
Brota a la izquierda el agua de Memoria;
Cristal helado, frío licor,
El agua de Memoria está en mi corazón.
Allí beben mi pena y mi alegría;
Residen en su ribera los sabios:
Yo les diré, Temo la muerte.
Soy hijo de la tierra negra
Pero también del cielo estrellado;
¡Abridme la puerta de la gloria!
La imagen del tiempo transcurrido
Se refleja en mi memoria;
El espejo puro no se enturbia.
Abridme el pozo de la gloria...
Antoni Clapés
Escucha el silencio de la leve brisa
allí donde el poema ha dejado las palabras.
Antoni Clapés
allí donde el poema ha dejado las palabras.
Antoni Clapés
Escolta el silenci de la lleu brisa
allí on el poema ha deixat els mots.
allí on el poema ha deixat els mots.
Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.
Palabras: Jorge Luis Borges
Ilustración: Boceto de Leonardo
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.
Palabras: Jorge Luis Borges
Ilustración: Boceto de Leonardo
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