Divinas palabras
Con ellas nos relacionamos con los demás e incluso con nosotros mismos. A través de sus combinaciones podemos encontrar lo que nos une a otras personas o todo lo que nos separa de ellas. Elegir la palabra adecuada en cada momento constituye una decisión mucho más importante de lo que puede parecer a simple vista.
Aquello que decimos o escribimos es mucho más que sonido o impresión: es construcción de nuestro universo. Ellas brindan además la posibilidad de significar toda experiencia, desde lo aparentemente banal hasta lo trascendente: nos ayudan a dar un sentido a la vida.
La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”, dejó escrito Michel de Montaigne. Nos pertenecen a ambas partes en diálogo cuando éste es sincero, cuando la escucha es atenta, cuando hay voluntad de encuentro. En ellas nos encontramos y por eso nos unen, nos llevan al intercambio, a la relación, al encuentro. Y así es como nos hacen ver, sentir y crecer.
La palabra sorprende y emociona. Con ella podemos hacer alquimia interior: aliviar dolores, lidiar con las dudas, rabias y culpas, concluir duelos, sanar heridas, convencer miedos, soltar yugos, terminar quizá con esclavitudes interiores y exteriores: liberar y liberarnos.
Curiosamente, a quien más teme el dictador es al poeta. Por ello, el ser humano que pone voz a lo esencial, desde la desnudez, acostumbra a ser el primero en morir fusilado en el paredón o con un tiro por la espalda. Nada peor para el cínico, el perverso o el ególatra que el niño del cuento que proclama sin miedo y con la libertad que nace de la inocencia: “¡El Rey está desnudo!”. Pero ni las balas al alma ni el fuego a los libros pueden con la conciencia que se despierta gracias a la palabra nombrada.
Y no menos importante es aquel que acoge las palabras: el silencio, construido mediante la calidad de las palabras que en él hemos ido sembrando durante el tiempo en la relación con el otro.
Elegir las palabras adecuadas en cada momento es un ejercicio de conciencia y responsabilidad. Y puede marcar la diferencia entre el encuentro o la distancia y la destrucción que nacen de la inconsciencia. Éste es su gran poder. Palabras humanas: divinas palabras.
Álex Rovira 11/03/2007Con ellas nos relacionamos con los demás e incluso con nosotros mismos. A través de sus combinaciones podemos encontrar lo que nos une a otras personas o todo lo que nos separa de ellas. Elegir la palabra adecuada en cada momento constituye una decisión mucho más importante de lo que puede parecer a simple vista.
Aquello que decimos o escribimos es mucho más que sonido o impresión: es construcción de nuestro universo. Ellas brindan además la posibilidad de significar toda experiencia, desde lo aparentemente banal hasta lo trascendente: nos ayudan a dar un sentido a la vida.
La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”, dejó escrito Michel de Montaigne. Nos pertenecen a ambas partes en diálogo cuando éste es sincero, cuando la escucha es atenta, cuando hay voluntad de encuentro. En ellas nos encontramos y por eso nos unen, nos llevan al intercambio, a la relación, al encuentro. Y así es como nos hacen ver, sentir y crecer.
La palabra sorprende y emociona. Con ella podemos hacer alquimia interior: aliviar dolores, lidiar con las dudas, rabias y culpas, concluir duelos, sanar heridas, convencer miedos, soltar yugos, terminar quizá con esclavitudes interiores y exteriores: liberar y liberarnos.
Curiosamente, a quien más teme el dictador es al poeta. Por ello, el ser humano que pone voz a lo esencial, desde la desnudez, acostumbra a ser el primero en morir fusilado en el paredón o con un tiro por la espalda. Nada peor para el cínico, el perverso o el ególatra que el niño del cuento que proclama sin miedo y con la libertad que nace de la inocencia: “¡El Rey está desnudo!”. Pero ni las balas al alma ni el fuego a los libros pueden con la conciencia que se despierta gracias a la palabra nombrada.
Y no menos importante es aquel que acoge las palabras: el silencio, construido mediante la calidad de las palabras que en él hemos ido sembrando durante el tiempo en la relación con el otro.
Elegir las palabras adecuadas en cada momento es un ejercicio de conciencia y responsabilidad. Y puede marcar la diferencia entre el encuentro o la distancia y la destrucción que nacen de la inconsciencia. Éste es su gran poder. Palabras humanas: divinas palabras.