20 de marzo de 2012
Le debemos a Salustio, Apiano y Floro las referencias a Espartaco, el esclavo que puso en jaque a la república de Roma el 72 antes de nuestra era. El episodio es conocido hoy como la III Guerra Servil y más conocida en nuestra época en su versión hollywoodense en una de romanos protagonizada por Kirk Douglas.
Espartaco nos convoca, pues nos obliga a discurrir sobre las luchas emancipadoras a través de la historia humana. Es claro que Espartaco no fue ni el primero ni el último. Sin embargo, surge la cuestión acerca de ese primer hombre, el primer Espartaco que concibió la libertad como horizonte posible. Aquel anónimo y remoto primer Espartaco “imaginó” lo que no es, como negación de un mundo que se le apareció como injusto. La cuestión fundamental radica en ese paso sutil y radical, el acto poético de imaginar “dignidades” propias de lo humano. Este acto creativo es un misterio y es la simiente de todas las revoluciones, de todos los cambios posibles. En definitiva, por qué la esclavitud se torna indigna para este primer Espartaco, en un mundo de esclavos en que el sometimiento ha sido naturalizado por los poderosos, al punto de que una mente brillante como Aristóteles no reparó en ella.
Al observar la historia, llama la atención la expansión de una cierta consciencia de la “dignidad humana”. No podemos negar que se han sufrido retrocesos, grandes recaídas; es cierto, además, que las astucias de los privilegiados se visten de nuevos ropajes para perpetuar nuevas formas de sujeción. Sin embargo, más allá de tal evidencia, persiste el misterio planteado por el primer Espartaco, la creación de nuevos horizontes de realización de lo humano. Sólo “después” de esta “creación idiolectal” es posible que otros compartan un sueño de emancipación moral, social o estética; sólo “después” irrumpen los movimientos históricos y sociales, esto es, la “dimensión sociolectal”: “Les Droits de l’Homme”, como creencia fundamental o clisé de moda.
Poco importa que un determinado sueño se haya plasmado o no en sociedades históricas, lo cierto es que cada nuevo horizonte de lo humano permanece para siempre como uno de los posibles derroteros de la historia futura. Los sueños son, inevitablemente, atemporales y, en este sentido, perennes. El misterio sigue allí, más allá de miles de crucificados, más allá de masacres inmisericordes. En cada hombre radica en potencia la posibilidad de crear esa chispa que incendie toda la pradera. Una cierta idea bien pudiera ser más peligrosa que un arma nuclear.
Así como hoy nos parece aberrante la esclavitud humana, en los siglos venideros les parecerá indigno, irracional y grotesco el modo cómo degradamos nuestro medioambiente o los principios morales que presiden nuestra vida social y política, convirtiendo en mercancía la educación, la salud, los alimentos, el agua, el sexo, la vida misma.
La idea tan elemental de que no es correcto que unos pocos se apropien del trabajo de los muchos, es el reclamo moral y político de los débiles, marginados y pobres de la tierra, sea que sean conscientes de ello o no. Para cumplir la tarea emancipadora que les está, inevitablemente, encomendada a las futuras generaciones, no hay dogmas ni recetas. En cambio, hay una exigencia moral, propender a la continuidad de la vida, donde la libertad no sea una estatua y la dignidad sea mucho más que un wishful thinking.
Le debemos pues a aquel primer Espartaco la idea, hoy lugar común, de que la esclavitud es de suyo inaceptable. Sospechamos que hay otros Espartacos soñando sueños inconcebibles en esta prehistoria humana en que habitamos, pero que serán mero sentido común para los humanos del mañana.
Álvaro Cuadra es investigador y docente en la Escuela Latinoamericana de Postrados (ELAP), Universidad ARCIS.
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sábado, 24 de marzo de 2012
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