lunes, 15 de octubre de 2012

Albert Camus, Calígula

"CALÍGULA. Era difícil de encontrar.
HELICÓN. ¿Qué cosa?
CALÍGULA. Lo que yo quería.
HELICÓN. ¿Y qué querías?
CALÍGULA (Siempre con naturalidad). La luna.
HELICÓN. ¿Qué?
CALÍGULA. Sí, quería la luna.
HELICÓN. ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?
CALÍGULA. Bueno... Es una de las cosas que no tengo.
HELICÓN. Claro. ¿Y ya se arregló todo?
CALÍGULA. No, no pude conseguirla.
HELICÓN. Qué fastidio.
CALÍGULA. Sí, por eso estoy cansado. (Pausa.) ¡Helicón!
HELICÓN. Sí, Cayo.
CALÍGULA. Piensas que estoy loco.
HELICÓN. Bien sabes que nunca pienso.
CALÍGULA. Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco y aun más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa.) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.
HELICÓN. Es una opinión bastante difundida.
CALÍGULA. Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Siempre con naturalidad.) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.

(...)

HELICÓN. ¿Y cuál es la verdad?
CALÍGULA (apartado, en tono neutro). Que los hombres mueren y no son felices."

 

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